Autor: Ignacio Redondo Salvia
Parece mentira que desde el anterior aniversario han pasado 25 años y desde la primera, cuando terminamos el “Preu” en Chamartín, ¡50 años!.(Por cierto nunca he vuelto a leer a Góngora desde aquél año).
Gracias por estimularme a hacer balance de mi vida, que comenzó en Areneros. Ahora estoy recordando los momentos buenos y malos, los aciertos y los errores, las decisiones correctas o incorrectas; casi todo lo tenía, o creía tener, olvidado y gracias a vosotros han vuelto a renacer.
Cuando nos veamos no os reconoceré y seguro que vosotros a mi tampoco con lo cual estaremos en paz.
Ser generosos, mentid y decir aquello de:¡¡¡ESTAS IGUAL NO HAS CAMBIADO NADA!!!
Acuden a mi memoria, aunque de forma desordenada, destellos de los años del colegio. Los de mi vida no temáis que no los voy a contar, además creo que no os van a interesar.
La misa al principio de la mañana, la confesión para poder comulgar. Me inventaba pecados para poder contarle algo al confesor, pues en esas edades la diferencia entre lo que se debe hacer y lo que no se puede hacer, yo al menos, no la tenía muy clara. Siempre he sido muy pudoroso.
El recreo en el patio. Los “Ediles”, mínima graduación en el escalafón romano del que disfrutábamos, eran los encargados de recoger los balones. La anécdota con la cual siempre me reído solo recordándola fue cuando un día de primavera el padre que daba por finalizado el recreo con un enérgico toque de silbato, y al que ninguno hacíamos mucho caso, una vez gritó:
“¡¡¡¡¡Cuando os toque el pito que nadie me toque las pelotas!!!!!”
Ya debíamos estar algo creciditos, pues la carcajada fue general.
Por la tarde, cansados, con hambre y con ganas de llegar a casa pero venía el rosario de todos los días, que en el mes de mayo era de largometraje.
Los jueves por la tarde libre. Cine en el colegio. Olor denso. El 7º de caballería llegaba a toque de corneta para salvar a la caravana con la chica rubia a punto de morir a manos de los pérfidos indios (hoy minoría respetada y conservada en reservas). Las películas, ya censuradas previamente, en nuestro cine, eran aun más castas y puras, por que si había inevitablemente el beso final, la simple interposición de una mano que velaba por nuestra virtud, lo suprimía. Silbábamos, nosotros no, pero los mayores seguro. A la salida y al día siguiente representábamos con algunos de vosotros, las escenas, esperando el siguiente jueves.
El campamento en los pinares de Vinuesa. Nervios, inquietud, tenia muchas ganas de ir disfrutaba con las actividades físicas al aire en la compañía de mis amigos. Un año me tocó hacer el número del forzudo. Dos balones unidos por un palo hacían ver que eran grandes pesos; yo salía y con grandes “esfuerzos” conseguía levantarlos al estilo de los levantadores de pesas. Luego entraba otro compañero y sin ningún trabajo se los llevaba bajo el brazo. Creo que el número fue un fracaso; me acuerdo perfectamente que casi nadie aplaudió. No entendíais a los artistas vanguardistas.
La semana de ejercicios espirituales: tengo la imagen de todos en clase leyendo libros de vidas de santos. Yo leía un libro titulado “De cow - boy a trapense” y os decía que estaba leyendo una novela del oeste, aunque en realidad se narra la historia de un vaquero americano que se convierte al catolicismo (debía ser protestante) y más tarde ingresa en la orden trapense, con todos los votos habidos y por haber. Aún conservo el libro. Me tomé muy a pecho el libro y fui de alumno jesuita a cow – boy.
Los recuerdos empiezan a juntarse y si sigo escribiendo y apretando el ovillo lograría recordar muchos más, no tengo reproches hacia Areneros, al contrario tengo un sentimiento de cariño y de nostalgia que me procura satisfacción. Me gusta mi colegio y siempre será una parte entrañable de mi vida y mi formación.
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