viernes, 6 de mayo de 2011

Ejercicio 12. UNA SEÑAL DEL CIELO

Autor: Santiago Gil-Casares Armada
Recuerdo que a los 15 años tuve una crisis de rebeldía contra el mundo en general y contra mi colegio en particular. Mi cabeza estaba llena de fantasías que no encajaban  con la estricta educación que nos daban en Areneros.

Mis notas ya no eran buenas y yo no me sentía a gusto en aquel ambiente, por más que en mi infancia hubiese sido razonablemente feliz en los jesuitas. Incluso mis compañeros con los que me había divertido tanto durante tantos años, me parecían ahora aburridos y sin interés.

Hablé con mi madre (mi padre, absorbido por su trabajo, no intervenía en estos asuntos) y le dije que me quería cambiar de colegio.

Cuando consiguió recuperarse de la impresión me dijo, con lágrimas en los ojos, que yo era su único hijo y la ilusión de su vida, que les había costado muchísimo que me admitieran en Areneros, que estaban convencidos de que era el mejor colegio posible para mí y que pronto vería que, gracias al colegio, mi vida sería estupenda.

No me convenció nada, porque me parecía que mi vida de colegio era bien aburrida y que iba a empeorar a medida que pasara el tiempo. Y seguí con mis pensamientos, por más que mi madre evitara volver a tratar el asunto por todos los medios.

 Y sin embargo, poco después, ocurrió algo tan sorprendente que me convenció de que mi buena madre tenía razón.

Un Domingo por la mañana cogí el metro en Opera, camino de un partido de fútbol en el colegio. Con la mano izquierda  me agarré a la barra del techo del vagón mientras que de mi mano derecha colgaba la bolsa de deportes. Cuando iban a cerrarse las puertas entró corriendo en el vagón una chica joven, que sin decir una palabra se echó sobre mí y se agarró a mi cintura bajando la cabeza.

Yo me quedé literalmente paralizado por la sorpresa, y así fuimos hasta la siguiente estación, estrechamente abrazados, sin que ninguno de los dos hiciera ningún movimiento ni dijera una palabra. Ella abrazada a mi cintura como si le fuera la vida en ello y yo impertérrito colgado de la barra y con mi bolsa de deportes

Cuando el metro se detuvo en Santo Domingo, la chica salió corriendo sin decir nada ni mirarme, tan repentina y fugaz como llegó.

Aquella insólita situación me hizo pensar mucho, e intentar algunas cosas a las que no me habría atrevido antes. Pero para nuestra historia lo importante es que me convenció de que, efectivamente, aquel colegio me iba a proporcionar muchas situaciones interesantes, como así ocurrió después.

Y por cierto, en las siguientes oportunidades ya supe cómo reaccionar.

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